Síndrome Demonopático de Doble Personalidad
Preámbulo
No es otro mi propósito con este
escrito que el hacer una descripción y análisis de un síndrome
que por su incidencia casi nula no viene descrito en ningún
tratado de psiquiatría, pero que cuando afecta a un paciente se
aprecia con claridad por parte de los especialistas que no se
adapta a ninguno de los esquemas existentes hoy día para
catalogar las patologías psiquiátricas. (Aunque en el DSM, en dos
apartados, vienen descritas sucintas características de las que
después haré detallada mención.)
El autor del presente
estudio psiquiátrico no pretende convencer a nadie de la supuesta
etiología de carácter espiritual que los teólogos achacan a este
fenómeno que ellos denominan como posesión demoniaca. El
análisis que se va a realizar en esta exposición (análisis
primero de las características generales de esta afección y
después de la descripción de un caso particular) nos debería
llevar a la conclusión de que sea cual sea el origen y consideraciones
que nos merezca la afección, debe admitirse que se trata de una
patología sui generis que merece una clasificación específica
dentro de los tratados de psiquiatría. No hacerlo de esta manera
supone tener que disgregar sus características descriptivas a lo
largo y ancho de los criterios diagnósticos de otras muchas
enfermedades. A través de las páginas siguientes me referiré a
este síndrome con el nombre de posesión, por abreviar y por ser
éste el modo más comunmente conocido y que menos se presta a
equívocos.
Dado que la
descripción de este fenómeno será meramente psiquiátrica, dejando
otras consideraciones al ámbito de la discusión teológica, y
dado que por tanto esta descripción se fijará de modo exclusivo
en lo verificable en la exploración médica, se omitirá la
descripción de los fenómenos más extraordinarios que vienen
anejos a este fenómeno en la literatura general sobre ese tema. Y
puesto que en estas páginas este fenómeno se va a analizar desde
el punto de vista psiquiátrico, me referiré a él meramente como
enfermedad, sin entrar en discusiones acerca de que el mero hecho
de elegir entre la palabra fenómeno o patología ya supone una
toma de posición.
Criterios diagnósticos
Todos hemos escuchado de el comentario genérico de que lo que antes
se creía que era posesión ahora ya se sabe que en realidad es
enfermedad psiquiátrica. Ahora bien, ¿qué enfermedad? La
posesión, tal como aparece en la literatura sobre el tema, así
como en los casos actuales que pretenden ser casos de posesión, presenta
un cuadro diagnóstico bastante concreto.
Por eso, antes de nada,
para saber de qué estamos hablando conviene presentar el criterio
diagnóstico de lo que podríamos denominar posesión
típica:1.-Ante lo sagrado o lo religioso se da una gama de sensaciones
que van, según el sujeto, desde el fastidio hasta el horror, desde
la leve expresión de molestia hasta la manifestación de ira
y furia.2.-En estos casos más extremos, el horror lleva a accesos
de furia, acompañados normalmente de blasfemias o insultos dirigidos
hacia el objeto religioso que se ha situado en la
proximidad.3.-El enfermo en los episodios agudos de manifestación
de ira furiosa, pierde la consciencia. Cuando vuelve en sí no
recuerda nada. La amnesia es total y absoluta. Sin embargo,
aunque no recuerde nada el sujeto durante el episodio ha padecido
un cambio de personalidad mientras ha durado esa crisis de
furia. Durante esa crisis una segunda personalidad emerge.4.-Esa
segunda personalidad siempre tiene un carácter maligno. Es frecuente
que durante esos momentos las pupilas se vuelvan hacia arriba, o
hacia abajo, dejando los ojos en blanco. Los músculos faciales se
ponen frecuentemente en tensión. También las manos muestran
crispación. En esos momentos de crisis, la persona articula la
voz llena de odio y rabia.5.-Acabada la crisis furiosa, la
persona vuelve lentamente a la normalidad, el tránsito de vuelta a
la normalidad es prácticamente similar en cuanto al tiempo y al
modo al tránsito que se observa de la vuelta del estado de hipnosis
al estado normal de conciencia.6.-Fuera de las crisis furiosas en que
emerge la segunda personalidad, la persona lleva una vida
completamente normal, sin que esta patología afecte para nada ni a
su trabajo ni a sus relaciones sociales. El sujeto aparece como
una persona perfectamente cuerda. En todo momento distingue
perfectamente entre la realidad y el mundo intrapsíquico, no
observa una conducta delirante. 7.-En algunos casos sí exponen
cosas que parecen alucinaciones sensoriales (concretamente exponen que,
esporádicamente, ven sombras, sienten una difusa sensación
extraña en alguna parte concreta del cuerpo u oyen crujidos). Por
el contrario no oyen voces internas, ni sienten que algo les corre
bajo la piel.8.-No se observa ningún antecedente familiar que
pudiera hacer pensar en patologías mentales con base genética.
Hay
que añadir que no se puede considerar dentro de este campo de la
posesión los casos en que el sujeto meramente dice sentir una
presencia. En la mayor parte de los casos estos fenómenos de posesión
se producen tras participar en algún tipo de rito esotérico:
ouija, práctica de espiritismo, santería afrocubana, macumba,
vudú, etc. Este tipo de personas, tal como se ha mencionado en el
punto 7, sufren alucinaciones sensoriales siempre con una temática
muy precisa (la referida en el citado punto) pero no se ven afectadas
por ningún tipo de delirio. Por el contrario hay una total
ausencia de construcción patológica de conjuntos de ideas que
puedan justificar ese tipo de trastornos explicados en los ocho
puntos anteriores. El paciente mantiene un razonamiento claro, y
se muesta sumamente crítico respecto a los síntomas que él mismo
describe al médico. Es muy frecuente que comience su exposición
al especialista con las palabras "va a pensar que estoy loco",
"no me va a creer" o "no sé por donde empezar". El mismo paciente
es el primero en reconocer que su discurso va a resultar poco
digno de crédito. El enfermo situa perfectamente en el tiempo el
inicio de sus trastornos. Y suele referir como causa de ellos la
partipación de ese rito esotérico.
Cuando se dice de alguien que es
un psicótico caben varias definiciones, "la definición más
limitada de psicótico se restringe a ilusiones o alucinaciones
notables, con las alucinaciones teniendo lugar con ausencia de
conocimiento de su naturaleza patológica" . Como se ve no acaba
de encajar este tipo de pacientes en el concepto de psicótico ya
que mantienen una continua conciencia crítica respecto a los
trastornos que refieren. Podríamos decir que la posesión tiene
algún ligero aspecto en común con la esquizofrenia paranoide.
Dado que la característica esencial de una esquizofrenia de tipo
paranoide es la presencia de notables ilusiones o alucinaciones en el
contexto de una relativa preservación de la función cognitiva y
afectiva . El punto 7 (expuesto anteriormente) daría la impresión
de que este tipo de pacientes entrarían en la clasificación para
este tipo de enfermedad. Aunque hay que hacer notar que ese tipo
de alucinaciones en estos casos mantendrán una temática y una
incidencia constante. Aunque transcurran varios años, las
alucinaciones no cambiarán de temática, ni tampoco variarán en su
frecuencia. Frecuencia tan irrelevante que no llevarán a
catalogar al que las padece de persona esquizoide. En este tipo
de enfermos esta patología alucinatoria en ningún caso deriva
hacia el delirio.
Lo
verdaderamente relevante, el factor predominante, será el hecho
de que en los momentos de mayor furia en los que emerge esa segunda
personalidad da todos signos el paciente de sufrir un desorden
disociativo de la personalidad. La presencia de una identidad
distinta que toma control sobre la conducta de la persona entra
plenamente en la descripción de esta patología de la disociación.
Esta segunda identidad siempre aparece con unos rasgos muy
fijos: hablará con rabia, con ira, exponiendo un gran odio hacia
todo lo relativo a la religión, y hablará además con la expresión
facial manifestando una gran tensión. En unos pacientes esta
segunda identidad es locuaz en cuyo caso manifiesta una gran
procacidad en su vocabulario y expresiones blasfemas. En otros
pacientes esta segunda identidad es casi muda, hablando en contadas
ocasiones y de un modo extremadamente lacónico, sus
intervenciones cargadas de odio y tensión tienen en común con el
tipo anterior en que la voz cambia por efecto de esa ira
contenida.
Hablando de la generalidad de las patologías de personalidad múltiple se asume un segundo rol de modo inconsciente, fruto de la profunda asimilación inconsciente de esa segunda personalidad puede venir la prontitud y coherencia de las respuestas adecuadas. Pero hay que hacer notar que en los enfermos de posesión esta segunda identidad siempre presenta los mismos rasgos, aunque dividida en esos dos tipos citados (personalidad locuaz o muda). ¿Cuales son esos rasgos? Esa segunda personalidad exclusivamente se manifiesta en los momentos de furia que producirán la amnesia de lo dicho y realizado durante esa crisis. Esa segunda personalidad siempre es maligna. Y, por último, manifiesta una terrible aversión a todo lo sagrado (personas, objetos o palabras).
Hablando de la generalidad de las patologías de personalidad múltiple se asume un segundo rol de modo inconsciente, fruto de la profunda asimilación inconsciente de esa segunda personalidad puede venir la prontitud y coherencia de las respuestas adecuadas. Pero hay que hacer notar que en los enfermos de posesión esta segunda identidad siempre presenta los mismos rasgos, aunque dividida en esos dos tipos citados (personalidad locuaz o muda). ¿Cuales son esos rasgos? Esa segunda personalidad exclusivamente se manifiesta en los momentos de furia que producirán la amnesia de lo dicho y realizado durante esa crisis. Esa segunda personalidad siempre es maligna. Y, por último, manifiesta una terrible aversión a todo lo sagrado (personas, objetos o palabras).
El
horror que sienten los posesos hacia todo lo sagrado, no supone ninguna
fobia específica. Ya que incluso si apareciera como síntoma
aislado completamente desligado a todo el cuadro de síntomas que
acompañan a este síndrome aparecería claro que ese rechazo no
es que provoque ansiedad, sino una reacción automática de ira. El
poseso no manifiesta una ansiedad provocada por una exposición a
cualquier objeto, persona o palabra sagrada. Sino que esa exposición
es causa de emergencia de la segunda personalidad. Al no existir
fobia tampoco ese rechazo provoca ningún desorden
obsesivo-compulsivo, ni tampoco ese rechazo da lugar a ningún
tipo de ritual de evitación (usada aquí la palabra ritual en su
sentido psiquiátrico; dado el tema que tratamos la aclaración no
es ociosa).
El pensamiento en
todo momento (salvo en los momentos de trance) es claro, y esa es
otra característica que suele llamar la atención de los
especialistas que atienden a estos pacientes: la claridad de
pensamiento, la capacidad de autocrítica, coexistiendo con los
otros rasgos patológicos que por su gravedad deberían conllevar
una evolución hacia una profunda desestructuración de la
personalidad y el raciocinio.
Recapitulando, si un psiquiatra no supiera nada de posesiones, los síntomas que observaría en un poseso típico le llevarían a ver en él un desorden disociativo de la personalidad que provoca alucinaciones sensoriales (escasas), una aversión aguda a lo sagrado, junto con agitaciones propias de una crisis histeriforme.
Como se ve un
complejo conjunto de síntomas, todos ellos en un mismo sujeto y
manifestándose con simultaneidad. Ello nos lleva a rechazar las
clasificaciones simplistas de aquellos que, sin haber visto un caso
real, sentencian que se trata de tal o cual enfermedad mental. El
cuadro sintomatológico aquí definido refleja un síndrome tan
especial que no se lo puede encuadrar sin más en tal o cual apartado
de la patología psiquiátrica. Hay que admitir que nos encontramos
no ante un desorden mental simple, sino ante un síndrome para el
que hay que buscar un lugar específico dentro de la catalogación
médica. Y digo un síndrome porque es un conjunto de signos
y síntomas que existen a un tiempo y definen un cuadro morboso
determinado. Cuadro morboso que se repite de un modo milimétrico
en los pacientes que lo padecen y cuya simultaneidad en la
concurrencia de esos rasgos (antes descritos) llevan a la
perplejidad a los especialistas que los atienden.
Por
lo tanto, es totalmente inadecuado hablar de este hecho como
esquizofrenia, psicosis, y mucho menos como epilepsia, porque el
cuadro entero no encaja en la catalogación de cada una de estas
enfermedades. Este síndrome sólo encaja en pequeñas partes de la
sintomatología de esas otras patologías. Pienso que el mejor
término, puesto que hay que crear una denominación ex profeso,
sería síndrome demonopático de disociación de la personalidad.
Cuestiones terminológicas
El DSM, en el Apéndice I, ofrece un glosario de síndromes relacionados con culturas étnicas detérminadas , en la pg 849 (nota 1) aparece el término zar al que se da la siguiente definición descriptiva: Un término general de Etiopia, Somalia, Egipto, Sudán, Irán y otras sociedades del Medio Oriente aplicado la experiencia de espíritus poseyendo a una persona. Las personas poseídas por un espíritu puede experimentar episodios disociativos que pueden incluir gritos, risas, golpes de la cabeza contra la pared, cantos o llantos. Las personas pueden mostrar apatía y apartamiento, rehusando comer o el llevar a cabo las tareas diarias, o pueden desarrollar una relación a largo plazo con el espíritu que los posee.
Cuestiones terminológicas
El DSM, en el Apéndice I, ofrece un glosario de síndromes relacionados con culturas étnicas detérminadas , en la pg 849 (nota 1) aparece el término zar al que se da la siguiente definición descriptiva: Un término general de Etiopia, Somalia, Egipto, Sudán, Irán y otras sociedades del Medio Oriente aplicado la experiencia de espíritus poseyendo a una persona. Las personas poseídas por un espíritu puede experimentar episodios disociativos que pueden incluir gritos, risas, golpes de la cabeza contra la pared, cantos o llantos. Las personas pueden mostrar apatía y apartamiento, rehusando comer o el llevar a cabo las tareas diarias, o pueden desarrollar una relación a largo plazo con el espíritu que los posee.
Pero
mucho más importante que ese término, que había que reseñar ya
que esa obra hace mención, el DSM en el apartado 300.15 dedicado a
los desórdenes no especificados de otra manera (pg 490) trata de
un modo confuso y mezclado con otros desórdenes, el cuadro que
aquí se ha presentado de un modo detallado. Ese apartado trata
este tema de un modo sumario esta cuestión, y ya advierte que hay
casos en que la característica predominante es un síntoma
disociativo (...) y que [sin embargo] no concuerdan con los criterios de
ningún desorden específico.
Es interesante observar lo
categóricos que se muestran algunos especialistas en clasificar
el síndrome que he descrito (y de los que ellos sólo han tenido
referencias) como una mera y simple disociación, cuando el mismo
DSM, ante la evidencia de casos conocidos de primera mano,
advierte claramente que hay casos que escapan a los criterios de
la misma clasificación que acaba de hacer. Y de modo expreso el
DSM menciona la posesión (al final del punto 4 del apartado
300.15) como un tipo de trance en el que la característica
predominante es esa disociación de la personalidad pero cuyas
características no coinciden con los criterios dados para ningún
tipo de desorden de disociación.
Lo
denominemos como lo denominemos hay que convenir que clasificarlo en
otra de las categorías hasta ahora existentes es podar el fenómeno
de muchos de sus elementos específicos. Por eso es más adecuado
crear un término específico para una realidad específica.
No basta con decir que es una patología demonopática pues son
muchos los desórdenes psiquiátricos en los que el enfermo cree
ser un demonio, o que la persona con la que convive se ha transformado
en un demonio, o que oye voces de demonios, etc.
Tampoco
basta con decir que es una mera disociación de la personalidad,
porque la disociación aquí descrita presenta un cuadro demasiado
sui generis en las características que la acompañan (vg. fase
convulsiva sin pérdida de conciencia, una fobia exacerbada en medio
de una crisis de apariencia histeriforme). Sin embargo, esa
disociación de la personalidad, con ser sólo un síntoma
diagnóstico más, es el más específico de la posesión. Así
que por ello creo que psiquiatricamente el término más adecuado
sería, como ya he dicho antes, síndrome demonopático de
disociación de la personalidad, incluyendo en la palabra síndrome
todas las fobias específicas y los otros aspectos de los que he
hablado. Creo que de todos los términos es el más descriptivo de
sus características esenciales.
El adjetivo demonopático no
aparece en vano, ya que designa el tema con el que cursa la
enfermedad, y es necesario mencionarlo parra evitar confusiones
con el término desorden de trance de disociación que se menciona
en el DSM (apartado 300.15, punto 4, pg 490) y que se prestaría a
confusión con otros casos, puesto que hay trances (por ejemplo,
los hipnóticos) en los que se puede producir esa disociación
temporal e inducida y que nada tienen que ver con el cuadro aquí
descrito. El que se añada el término de disociación de
personalidad también es necesario. Pues además de ser la
característica más patente y predominante en esta enfermedad, nos
ayuda a no confundir esta patología con otras en que el enfermo
cree estar poseso pero cuyo cuadro es claramente esquizoide.
El esquizoide presentará quizá
un cuadro histriónico, un cuadro obsesivo y su pensamiento
aparecerá desestructurado, características estas radicalmente
diferentes al cuadro que presentan los afectados del síndrome ya
descrito.Análisis de un caso concretoLa paciente, universitaria
de una carrera de ciencias, había llevado una vida completamente
normal sin presentar el más mínimo problema psicológico. De
pronto esta chica que no había manifestado ningún interés ni
acercamiento hacia el mundo de lo esotérico, de lo demoniaco o
del espiritismo, comienza a sufrir una aversión inexplicable
hacia las oraciones que su madre diariamente rezaba en casa (el
rosario, concretamente). La madre sí que era una persona religiosa,
sin que su religiosidad fuera más allá de lo normal. La chica
era religiosa, aunque de un modo moderado y sin presentar ninguna
característica anormal en su práctica.
En
este tipo de ambiente normal, la madre queda muy sorprendida por la
repulsión repentina que un buen día aparece en la hija hacia
cualquier tipo de oración que se realize en la casa, oraciones de
la madre en las que la hija no participaba. Desde el día de la
aparición súbita de esta aversión no pasan demasiados días hasta
que se dan episodios de trance. Sin que esos trances tengan
ningún tipo de pasos previos que los preparen. La chica al volver
en sí sufre amnesia total de esos episodios de trance. En las
semanas sucesivas, los trances irán seguidos de episodios de
furia, gritos y agitaciones. Agitaciones muy violentas sobre el
suelo o la cama. Durante esas agitaciones y trances la chica
tiene los ojos cerrados, pero si los abre los ojos están en
blanco.
Todos estos episodios
llevan a la madre a pedir asistencia religiosa para su hija. El
obispado de su lugar de residencia pedirá que se examine
psiquiátricamente a su hija. Los dos psiquiatras que la examinarán
se encontrarán con una chica que en su examen no manifiesta ningún
signo de anormalidad psicológica. Sus relaciones sociales no han
sido alteradas para nada, ni su trabajo en la universidad. Los
hechos que refiere la madre se mantienen en el más absoluto
secreto tanto en el círculo de amistades como familiar., Incluso
esos hechos de los que dice ser testigo la madre, la misma hija
no puede referirlos a los psiquiatras que la examinan porque
muestra total desconocimiento de ellos. O la hija sufre amnesia
de lo realizado en trance por sufrir un trastorno de personalidad,
o bien la madre los ha distorsionado o inventado.
Sin embargo, un tercer
testigo de esos trances que desembocan en crisis furiosas en que emerge
la personalidad maligna, convence a los psiquiatras de la
veracidad de esos episodios de trance. El tercer testigo de esos
episodios aparece cuando la madre convence a la hija para ir a
ver a su párroco. Al ser bendecida por él con una simple
bendición, la chica al instante se revolcará por el suelo de la
iglesia en medio de furiosas agitaciones y gritos.El caso es
complejo pues no aparece nada que ponga en duda la perfecta salud
psicológica de la chica, salvo el hecho de esos episodios disociativos
de los que ya hay dos testigos, aunque esos episodios de trance
los psiquiatras no pueden provocarlos y por lo tanto de ellos
sólo tienen referencias. Sólo esas referencias, frente a la chica
que al ser examinada por los especialistas no manifiesta ni
alucinaciones, ni delirio, ni siquiera una mera preocupación por
el tema demoniaco.
El asunto se
despacha como una mera sugestión inducida por la madre. Sugestión
que late de modo inconsciente. Dada la perfecta normalidad de la
vida cotidiana de la chica y la total ausencia de problemas que refiera
la paciente que puedan servir de asidero a los psiquiatras para
comenzar algún tipo de terapia o tratamiento. Dado, además, que
la chica lleva una vida completamente normal, no aconsejan ningún
tipo de tratamiento. El autor del presente escrito analizó este
caso durante nueve meses, corroborando la versión de la madre. La
chica efectivamente manifestaba una psicología perfectamente
normal, no mostrando contacto psicótico en ningún momento.
Pero bastaba ponerla en contacto
con determinadas oraciones para que de un modo automático
entrara en trance, y después emergiera esa segunda personalidad
de carácter maligno y, finalmente, comenzara una fase de
convulsiones terríblemente violentas acompañadas de gritos
estentóreos. El síndrome demonopático de disociación de
personalidad se cumplía en esta chica hasta en sus más mínimos
detalles en perfecta coincidencia a como viene descrito en otros
casos actuales descritos en otros países: la sucesión en esos
episodios de trance de momentos de calma con los de furia, la
prolongación de esos episodios el tiempo que continuaran las
oraciones (aunque se tratara de tres horas seguidas), las
características faciales (tensión muscular, ojos en blanco), las
características de esa segunda personalidad antes explicadas,
etc.
No se ofrece en este
trabajo la evolución de este caso ni su final, porque todavía lo
padece y porque su evolución patológica ha sido nula. La chica
padece esos episodios desde hace tres años sin que se perciba
cambio alguno significativo en la frecuencia de los trances y sus
manifestaciones disociativas.Los profesores de psiquiatría que
han venido a examinar este caso a invitación mía hasta ahora han
sido seis. Tres manifiestan su conformidad con los principios
generales expuestos en este escrito y tres consideran a esa chica sólo
como un caso más de trastorno de personalidad. Cinco de los seis
psiquiatras consideraron que los exorcismos acabarían con el mal
que sufría la chica. Tres psiquiatras porque consideraban que su
etiología no era psiquiátrica, y dos porque consideraron que
esta terapia exorcística tendría un efecto de expulsión del
mal, sin poder aclarar muy bien qué mecanismos concretos de la
psique son los que provocan esta "curación".
Incidencia
y criterios terapéuticosEl autor de este escrito, en cinco años
de rececpión de pacientes alegando padecer posesión, sólo ha
hallado cuatro casos que encajaban con el síndrome descrito. Esta
incidencia después de examinar a cientos de personas que
alegaban posesión muestra que la incidencia de este síndrome es
verdaderamente mínima, y que cada caso puede seguir siendo considerado
como excepcional.
Pero una de las razones por las que estos casos deben ser considerados una patología sui generis, es porque ningún tipo tratamiento farmacológico ofreció el más leve resultado. Tampoco las terapias no farmacológicas han obtenido mejora alguna en este tipo de casos.
Se refieren mútliples
casos en varios países (espcialmente en Italia y Estados Unidos)
en los que los afectados por este síndrome han quedado curados después
de oraciones litúrgicas de exorcismo. Algunos psiquiatras han
aceptado la posibilidad de esta efectividad terapeútica alegando
que esas oraciones litúrgicas pueden desencadenar un proceso de
"expulsión" del mal a través de un entorno que convenza al
paciente de que se le ofrece una especie de catarsis. El
exorcismo en estos casos haría las veces de una terapia
psicoanalítica.
Aun respetando
tal tesis, me gustaría decir que un entorno que reforzara el
delirio lo único que haría sería agravar la afección. Los
exorcismos vistos desde esa perspectiva sólo supondrían un
refuerzo externo que daría apariencia de objetividad a ese mal
ante los ojos del mismo enfermo y sólo podría tener como resultado
que el desajuste entre realidad y percepción patológica de esa
realidad se distorsionase más.
Por el contrario, el estudio concreto de cualquiera de estos pacientes lo que lleva es a la convicción de que si esto se trata de una patología mental, supondría una desesctructuración profundísima de la mente del paciente, tan profunda, tan radical, de eclosión tan repentina que no parece de ningún modo razonable que con una mera escenificación ritual de expulsión del mal se cure.
Conclusión
No hay campo de la psiquiatría como el que acabamos de estudiar
en el que los esquemas preconcebidos del estudioso condicionen de
un modo más evidente los caminos de explicación de este síndrome
aquí descrito. De hecho esos esquemas previos suponen ya un
punto de partida del que partirán explicaciones en direcciones
opuestas. Independientemente de lo que cada uno opine acerca de la
etiología del cuadro descrito, una definición cada vez más clara
de los rasgos de este síndrome supondrán una base objetiva para
discutir acerca de las causas de él y la terapia a seguir en estos
casos.
Lo que de ningún modo es
aceptable ya, es seguir escribiendo y disertando sobre este tema
sin invocar casos concretos. Todas las explicaciones que de esta
materia hasta ahora se han hecho hablando de casos esquizoides
(de pacientes que creen estar posesos) o de disociación de personalidad
(en los que faltaban los rasgos 3, 4 y 6 antes descritos) pueden
ser valiosas e incluso brillantes, pero evidentemente no estamos
hablando de lo mismo. Confío en que posteriores estudios
académicos pondrán cada vez más de relieve la singularidad y
peculiaridad de este síndrome, y que estos estudios supondrán un
terreno común para todos en orden a la discusión acerca de estos
casos.
Apéndice
Psiquiatría y Teología
El trabajo anterior se ha movido en el campo objetivo de la sola psiquiatría, sin embargo, ahora querría añadir algunas cosas en relación a campos ya extrapsiquiátricos.
El trabajo anterior se ha movido en el campo objetivo de la sola psiquiatría, sin embargo, ahora querría añadir algunas cosas en relación a campos ya extrapsiquiátricos.
Hasta
ahora, todos los psiquiatras tienen la invencible impresión de
que la versión oficial dentro de la psiquiatría es negar la
especificidad de este síndrome que he descrito. Hablo de la
especificidad, y solamente de eso, ya que aceptar el carácter sui
generis de este tipo de casos, no supone tener que aceptar su
etiología sobrenatural. De forma que ha de quedar muy claro que
ateos y agnósticos pueden aceptar el cuadro descrito antes sin
tener por ello que aceptar causas extramentales en su aparición.
Pues bien, todos los psiquiatras
tienen la impresión de que la verdad incontestable dentro de la
psiquiatría es negar la existencia de casos (por pocos que sean)
que confirmen la existencia de un síndrome sui generis resistente
a toda terapia. Sin embargo, hay que recordar que es una
impresión errada (en la teoría, no en la práctica). Es errada en
la teoría porque el DSM, como los otros grandes tratados,
describen los rasgos que proporcionan un medio estructural de
organizar las patologías en categorías determinadas.
Pero nunca por parte de sus
autores se ha tenido la pretensión de que al menos como mera
posibilidad no hubiera algún caso verdaderamente extraordinario
que escapase a esas categorías. Y más, cuando explícitamente el
DSM en el apartado 300.15 refiere de un modo sutil que hay casos
que escapan a las categorías descritas, o dicho de otro modo que
puede que haya más cosas entre el cielo y la tierra de las que
dice tu filosofía, Horacio. Sin embargo, el DSM ha encontrado
dogmáticos defensores de que toda verdad se encierra entre estas
páginas, entre estas categorías, defensores tan entusiastas, que
sin duda sorprenderían a algunos de los mismos redactores del
citado manual.
Sin que nadie
abandone sus esquemas previos acerca de la existencia o no de eso
que llamamos espíritu, sí que hay que ponerse de acuerdo en el
campo de los criterios diagnósticos de este síndrome, campo
objetivo y externo (a las causas) que supone un terreno común
para todos independientemente de los esquemas preconcebidos desde los
que se aborde el análisis de la etiología. Y digo que hay que
llegar a un consenso en este campo externo y objetivo, porque lo que
no puede seguir sucediendo es lo que ha venido sucediendo hasta
el día de hoy.
Lo acepten o no los excépticos
de la especificidad de este síndrome, una parte de los pocos
verdaderos casos de posesión que han llegado a manos de
psiquiatras, han sido posteriormente remitidos por parte de éstos
a sacerdotes. Esta una realidad. Una realidad, no una teoría.
Los mismos psiquatras de un modo oculto (dada la presión de lo
que se da por supuesto que es la verdad oficial) envían en
Estados Unidos e Italia estos casos a los sacerdotes. Insisto en que
esto no es una teorización acerca de esta patología, sino una
realidad.
En la mayor parte de los casos
son los familiares tras años de fracasos en la terapia
psiquiátrica, los que acuden al sacerdote. Pero en otros, son los
especialistas los que hablan de forma privada con un sacerdote y
le remiten el caso. Aquí, en España, me he llegado a encontrar
con una paciente que me vino con un informe psiquiátrico de la Seguridad
Social en el que expresamente se decía por escrito que aquella
mujer no presentaba ninguna patología mental y que convenía que
la viera un experto de la Iglesia en materia de exorcismos.
El
hecho es éste, los psiquiatras remiten casos a sacerdotes, pero
la presión de la verdad correcta abruma a esos especialistas a mantener
el más riguroso secreto para no desprestigiarse ante sus colegas.
Estas encarecidas peticiones de secreto por parte de los
especialistas psiquiátricos privan de la posibilidad de un
estudio público de los pocos casos que hay sin que sus
protagonistas sufran en su consideración profesional por avalar
el hecho de que ese paciente sufre una posesión, y que se curó
definitivamente tras una oración litúrgica. Hacer de notario de
esta realidad supone tener que afrontar situaciones profesionales
muy incómodas. La verdad oficial pesa mucho, la realidad va por
su cuenta desde hace muchos años.
Guste
o no, así son las cosas. La apelación por parte de especialistas
de la psiquiatría a sacerdotes es una realidad. Y a pesar del
secretismo con que se lleva este tipo de recursos
extrapsiquiátricos, el síndrome anteriormente descrito queda
curado definitivamente con una simple oración (aunque ésta tenga
una extensión de horas y dividida en varias sesiones). El hecho
es tan políticamente incorrecto que ningún especialista quiere
poner en ridículo su prestigio abalando casos de este tipo.
Los psiquiatras alabarán la
función realizada por el sacerdote, le estrecharán la mano
felicitándole por la resolución repentina del caso que le han
llevado después de meses infructuosos, pero acabarán pidiéndole
encarecidamente que guarde total reserva acerca de su nombre. No
hace falta que le explique las consecuencias que para mi carrera
tendría el que esto se hiciera público, le dicen al despedirse.
Si a todo lo dicho se añaden los múltiples testimonios de
fenómenos preternaturales (glosolalia, xenoglosia, conocimiento
telepático de las órdenes dadas por el exorcista, vómitos de
objetos, e incluso algún fenómeno de levitación), testimonios
concordes de varios testigos ajenos al entorno familiar del
paciente, entonces queda patente de que de lo que estamos
hablando hunde sus raíces en lo que los griegos llamaron pneuma y
los romanos spiritus, y que por tanto no es una patología sino un
fenómeno.
Y, sin duda, aquí radica el
verdadero problema que ha viciado el estudio de este tema: la
existencia o no del espíritu. Si existe el espíritu, la posesión
es un fenómeno, si no existe es una patología. Si sólo existe la
materia, todo lo dicho anteriormente, absolutamente todo, deberá
ser explicado por categorías meramente patológicas. Eso lo admite
hasta el autor de este trabajo. Pero si uno admite la
posibilidad de la existencia del espíritu, desde ese momento está
admitiendo la posibilidad de un fenómeno que va más allá de la
psiquiatría. Reconozco que en este tema del que hablamos, la
admisión o no de un concepto que parece meramente perteneciente a
la filosofía, supone una bifurcación que parece irreconciliable.
Pero por irreconciliables que sean las opiniones respecto a las
causas, en lo que sí que nos podemos de acuerdo es en precisar si
existen o no casos que escapan a las categorias hasta ahora
existentes.
Es evidente que no
enfoca del mismo modo este tema un psiquiatra ateo que un colega
que es de misa y comunión diaria. Esta observación está fuera de
toda duda. Pero por distintos que sean los enfoques, la
descalificación personal del especialista creyente como si éste
fuera una especie de fanático o de hombre precientífico está
totalmente fuera de lugar. Ese tipo de descalificaciones sólo deshonran
al que las hace.
Sean cuales sean las
conclusiones a las que lleguen los estudiosos de este síndrome en
este siglo recién comenzado, tengo la confianza de que al menos
las mentes de los especialistas en doble personalidad darán
comienzo a la tarea. Tarea que hasta ahora había quedado sin
emprender por los lastres ideológicos que arrastraron sus
predecesores. Los esquemas reduccionistas (esquemas materialistas
procedentes del siglo XVIII) no es que viciaran el modo de
enfocar este fenómeno, sino que ni siquiera admitían la
posibilidad de estudiar algo que de por sí consideraban
imposible. Fuera como fuera el caso que tenían en sus manos,
jamás se les pasó por la imaginación otra cosa que disgregar y
repartir esos rasgos que veían en el paciente a través de las
diferentes categorías de la patogía psiquiátrica. Jamás se les
pasó por la mente la posibilidad de que aquello que tenían entre
manos fuera una categoría distinta de las conocidas, porque
admitir eso ya hubiera sido demasiado.
Mis análisis psiquiátricos
acerca de esta materia en los últimos años no han tenido
demasiado mérito, pues lo único que he hecho es analizar uno de
los secretos más clamorosos de la psiquiatría internacional: la
existencia de este síndrome y el recurso a sacerdotes de manera
extraoficial. Muchos se sorprenden de que esta "patología" la
haya tenido que definir un teólogo y no un médico. Pero quizá las
cosas debían ser así, puesto que un médico hubiera estado
demasiado sujeto a la presión ambiental como para ser objetivo en
exceso. Sí, quizá tenía que ser alguien ajeno al sistema, no
sujeto a las autorrestricciones que impone la verdad oficial, el
que tuviera que descubrir lo que estaba sucediendo en el mundo
psiquiátrico.
El clamor de lo que estaba
sucediendo no radicaba en el número de casos, sino en la
verificabilidad de su singularidad y en la objetividad de su
curación definitiva por medios tan poco ortodoxos. Acabo
reiterando mi confianza en que los próximos años traigan nuevos
estudios que ofrezcan más luz sobre lo que aquí he expuesto.
Edad Media: epilepsia y posesión
Puesto que siempre que se habla de posesión, lo primero que viene a la cabeza de todos es que siempre se confundió a lo largo de la historia con la epilepsia, diremos también algo sobre ello.
Edad Media: epilepsia y posesión
Puesto que siempre que se habla de posesión, lo primero que viene a la cabeza de todos es que siempre se confundió a lo largo de la historia con la epilepsia, diremos también algo sobre ello.
En las convulsiones del
gran mal de la epilepsia puede aparecer espuma por la boca, y las
pupilas pueden volverse hacia arriba apareciendo los ojos en blanco,
sin embargo, es imprescindible insistir en que se pierde la
consciencia, y que el único sonido que puede aparecer en esos
momentos puede ser tan sólo un ruido efecto del espasmo de la
glotis.
Este hecho es relevante,
porque aunque se da por sentado que en la Edad Media se confundía
epilepsia con posesión, la abundante literatura sobre este síndrome
siempre deja constancia de las conversaciones de la segunda
personalidad durante las crisis de furia. Este hecho indica que
aquellos hombres medievales estaban presenciando este síndrome
aquí descrito, y no las otras enfermedades a las que de un modo
simplificador suelen referirse los psiquiatras al comentar hechos
referidos por cronistas medievales, por otro lado someramente
conocidos por los comentadores médicos.
El analisis profundo de
los cientos de casos de siglos pasados, coincidentes todos ellos
en sus rasgos, incluso accidentales, y contrastado con los casos
actuales, nos lleva a la conclusión de que esos hombres de épocas
pasadas están refiriendo un único tipo de síndrome perfectamente
perfilado en sus características.
Además, aunque la posesión
es un fenómeno que siempre asociamos con la época medieval, los
casos registrados por los cronistas no son más numerosos en esa
época que en el siglo XVIII o XIX. Los espasmos musculares agudos
de la epilepsia nunca llegan a ser tan prolongados como los de la
posesión. En la posesión esta fase de agitación puede prolongarse
a intervalos durante tres horas o más. Además las crisis de
violencia durante los exorcismos no tienen nada que ver con las
distintas fases tónicas y clónicas de la epilepsia.
En los exorcismos, en el
poseso se da una evolución lenta tendente a la contracción de los
músculos, pero no como un proceso hacia la pérdida de la
consciencia, sino (como ya se ha dicho antes) de un modo que es como
si una consciencia diferente fuera emergiendo del poseso. Es cierto
que las convulsiones de la posesión tendrían alguna apariencia
similar en algún momento con las convulsiones del gran mal de la
epilepsia.
Sin embargo, en la posesión
junto a las convulsiones aparece una nueva identidad. Y eso sí
que ya no puede concurrir, la crisis de convulsiones de la
epilepsia y al mismo tiempo un desorden de disociación de la
identidad. No niego que en algún enfermo puedan coexistir las dos
patologías (epilepsia y mero trastorno de la personalidad), pero
no es posible que se manifiesten las dos en ese mismo momento. Porque
la fase convulsiva de la epilepsia arrebata la consciencia que da
capacidad poder mantener esos diálogos. En fin, he querido dejar
claro esto porque todo el mundo da por sentado que en la Edad
Media se confundía epilepsia con posesión. Afirmar eso demuestra
un perfecto desconocimiento del tema ya que la epilepsia está
perfectamente determinada en sus sintomas desde la época Clásica.
Y en la Edad Media se siguió distinguiendo perfectamente entre
epilepsia y posesión, por las razones antes señaladas.
Nuevas
líneas de investigación Acerca de la existencia o no del
síndrome demonopático de doble de personalidad podemos estar
discutiendo y disertando de modo inacabable, pero existe una línea
de investigación que probaría de un modo muy objetivo la razonabilidad
de su catalogación como patología merecedora de una catalogación
específica. El método consistiría en encontrar un caso
que, a juicio de los especialistas eclesiásticos, recibiera claramente
la calificación de posesión. Y una vez que esa persona fuera
previamente analizada por un equipo de psiquiatras, fuerse enviada a
recibir el rito de exorcismo.
De esta manera, el caso habría
sido analizado antes, durante y después del exorcismo. Pudiendo
evaluar con toda claridad la efectividad o no de dicha actuación
exorcística. Esto probaría de modo objetivo y cuantificable si el
exorcismo hace algo o nada, si produce una mejora transitoria o
definitiva. A esto habría que añadir que el caso que se remitiera
al equipo eclesiástico debería haber sido tratado largamente en
el tiempo por medios exclusivamente psiquiátricos,
preferiblemente durante años para observar la evolución de la
patología durante un periodo largo antes del exorcismo.
Es decir, debería ser un caso en
el que se hubiera intentado ya todo tipo de terapias, y además
un caso no contaminado por ninguna intrusión extrapsiquiátrica,
es decir, un caso que los psiquiatras remitieran al equipo
eclesiástico. Un caso así sería un caso adecuado para probar la
veracidad o no de las afirmaciones teológicas y psiquiátricas
acerca de la singularidad del síndrome antes descrito.
Como
es lógico debería ser un caso en el que hubiera acuerdo entre
ambas partes. Unas veces, ante ciertos casos son los teólogos los
que dicen que no hay posesión, y otras son los psiquiatras los
que dicen que no hay patología alguna. El caso a estudiar debería
ser un caso en el que ambos equipos estuvieran de acuerdo: unos
afirmando que es disociación y los otros (acerca de la misma
persona) que es posesión. Los resultados del estudio de un caso
así supondrían un paso de gigante hacia la resolución no sólo
acerca del tema de su catalogación como patología sui generis,
sino también acerca de su etiología, evolución y terapias a
seguir en el futuro. Y si un sólo caso ofrecería una luz muy
reveladora, este método si se extiende a diez o veinte casos,
entonces los resultados ofreceran una luz no ya reveladora, sino
incuestionable.
Tengo la
esperanza de que la publicación de este trabajo pueda suponer la
aparición de casos tratados durante años y que concuerden
perfectamente con los criterios diagnósticos dados anteriormente,
y cuyos médicos estén dispuestos a iniciar esta nueva línea de
investigación. Soy consciente de que muchos equipos psiquiátricos
de facultades de medicina serán renuentes a iniciar esta investigación
dado que consideran que la posesión no existe de ninguna de las
maneras. Pensar así sería un error.
Si no existe, probemos de un
modo incontestable que no existe. Si la investigación prueba
definitivamente la falsedad de los postulados expuestos en este
trabajo, la ciencia indudablemente ya habría dado un paso.
Descartar también es competencia de la labor científica. Y una
investigación en esta línea sería el único modo de probar
definitivamente y de un modo inapelable, con todas las garantías
de la ciencia psiquiátrica, la falsedad de los postulados que
aquí he planteado. En fin, confío que los próximos decenios
traigan la luz de la ciencia, que es una luz objetiva y
evaluable, en una materia como ésta especialmente compleja.
Nota
1: En esta conferencia todas las citas de páginas están tomadas
del DSM-IV en su versión impresa en Estados Unidos, que no
coinciden con la versión impresa en español. Asimismo las
traducciones han sido tomadas directamente de esa misma versión,
de forma que algunas palabras varían con la versión impresa
española
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